Cuando el ser humano reflexiona con seriedad acerca de su existencia y sobre la realidad aparecen ante él preguntas constantes que reclaman respuesta: ¿Qué sentido tiene mi vida y el mundo? ¿Es factible la felicidad? ¿Por qué hay padecimiento y por qué tengo que perecer? ¿Se puede superar la culpa y redimir el pecado? ¿Alguien hará verdaderamente justicia en algún momento? Todas estas cuestiones y otras muchas apuntan, en última instancia, a la salvación, cuyo objetivo es superar el mal que se sufre y alcanzar la plenitud que se anhela.
La pregunta por la salvación también ocupa un lugar principal en el cristianismo, donde Jesucristo es presentado y propuesto como salvador universal. No en vano, él es el don mismo de Dios que se comunica personalmente a todo hombre y le ofrece una existencia lograda.
Desde la perspectiva cristiana, la salvación puede entenderse además como la participación personal en la comunión con Dios, que conlleva la liberación del pecado y la incorporación a la comunidad de aquellos que acogen la alianza con el Señor y comparten la filiación divina con el Hijo